sábado, 12 de octubre de 2013

Encuentro



Llegué a la escollera gris
a la madrugada,
en medio de una espesa niebla.
Solo veía mis pies.
El mar sereno, murmuraba
contra el granito eterno.
Me detuve al llegar a la explanada,
y me senté en una roca,
a tomar unos mates,
hasta que escamparan
las pequeñas gotas
que todo lo mojaban.
Sentí llegar entre la opaca niebla,
la translúcida y débil luz
que emanaba del espectro de mi amada,
ahogada hace años,
arrastrada por el agua embravecida,
que barrió con furia
esta misma explanada.
Su desnudo cuerpo,
bello,aún en el trance fantasmal.
Sus curvas suaves,
sus pezones erectos.
Sus labios azulados,
sus ojos inescrutables.
Se acercó a mí escurriendo agua.
Me paré frente a ella
sin legítimo temor, ni sorpresa.
Desde la muerte ha llegado
hasta mi, otras veces,
en estas mismas piedras,
cuando la soledad gana la escollera.
A su alrededor la niebla se disipaba
por un reflejo pálido y celeste.
Acercó su boca hasta el beso.
Quemó mis labios con un helado fuego,
y ardió en azules llamas, mi corazón.
Su figura etérea llenó mi cuerpo,
y, entre oleadas de pasión,
morí un tiempo sin tiempos,
en tan placentera muerte.
Resucité y ya no estaba.
La neblina comenzaba a levantarse
forzada por el calor de la mañana.
El sol y las gaviotas
anunciaban un día bello.
Un día claro, 
en un paisaje de gloria.

                                        Jorge



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